Crónicas de la Temporada en que se abren las cuevas del Inframundo.
Cantores
Caminamos en la noche por las orillas de Teherán y vemos venir, a lo lejos, una silueta de estatura baja que camina lento. Apenas divisa el bulto y papá exclama: "Ahí viene Eugenio Ábrego, tengo siglos que no lo veo, es muy bueno para hacer segunda, ¡vas a ver ahorita que llegue!".
Nos encontramos frente a frente con aquel espíritu y nuestro padre lo detiene en seco tomándolo de los hombros al tiempo que lo saluda recordándole quién es. El hombre, suspendido en esa calle del fin del mundo, parece estar ciego; nos huele y mira con temor hasta que por fin saluda diciendo "tantos años". Se funden en un abrazo, cruzan palabras en un idioma de la primera migración y se despiden, pero cuando el paisano ha dado dos o tres pasos en dirección contraria a la nuestra, papá grita: "¡Eugenio, vente, no te quedes! ¿sigues siendo tan bueno para la segunda", al tiempo que se arranca cantando en primera la de piedras marcadas.
Ábrego regresa rápidamente diciendo: “El patrón me prohibió cantar en este mundo pero ¡que vaya a chingar su madre!”. Y se sube a pelo para cabalgar siguiendo la canción que se eleva rumbo a las estreas:
Cantando no hay reproche que nos duela
se puede maldecir o bendecir
con música la luna se desvela
y al sol se le hace tarde pa salir.
Luego cruzamos la carretera, nos adentramos en el monte y Ábrego desaparece como si no existiera.
Caminamos en la noche por las orillas de Teherán y vemos venir, a lo lejos, una silueta de estatura baja que camina lento. Apenas divisa el bulto y papá exclama: "Ahí viene Eugenio Ábrego, tengo siglos que no lo veo, es muy bueno para hacer segunda, ¡vas a ver ahorita que llegue!".
Nos encontramos frente a frente con aquel espíritu y nuestro padre lo detiene en seco tomándolo de los hombros al tiempo que lo saluda recordándole quién es. El hombre, suspendido en esa calle del fin del mundo, parece estar ciego; nos huele y mira con temor hasta que por fin saluda diciendo "tantos años". Se funden en un abrazo, cruzan palabras en un idioma de la primera migración y se despiden, pero cuando el paisano ha dado dos o tres pasos en dirección contraria a la nuestra, papá grita: "¡Eugenio, vente, no te quedes! ¿sigues siendo tan bueno para la segunda", al tiempo que se arranca cantando en primera la de piedras marcadas.
Ábrego regresa rápidamente diciendo: “El patrón me prohibió cantar en este mundo pero ¡que vaya a chingar su madre!”. Y se sube a pelo para cabalgar siguiendo la canción que se eleva rumbo a las estreas:
Cantando no hay reproche que nos duela
se puede maldecir o bendecir
con música la luna se desvela
y al sol se le hace tarde pa salir.
Luego cruzamos la carretera, nos adentramos en el monte y Ábrego desaparece como si no existiera.
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