terça-feira, novembro 01, 2005

Krónicas de la temporada en que se abren las puertas del Inframundo en el Hemisferio Boreal. Notitas de Fin de milenio próximo pasado

¿Miedo a los muertos nosotros? Nosotros nos cuidamos pero de los vivos.

Cuando el traductor automático de internet convirtió el nombre Pedro Páramo en “Peter Desert”, restituyó el origen de aquel nombre al semidesierto de donde había llegado. Y es que una de las mejores obras de la literatura castellana, en el siglo XX, hunde sus raíces en los ecos y fantasmas de la gente que habitó el semidesierto que algunos llamamos Aridoamérica: frontera natural entre mesoamérica y norteamérica.
Para los descendientes de las tribus nómadas nativas y la Madre Patria (África) no hay diferencia notable entre los muertos y los vivos. Muchas veces los segundos son tan reales como los primeros, o están a la vera de nuestros caminos, entran y salen de nuestros solares y de nuestros sueños con toda naturalidad. Incluso, algunos de nuestros ancestros afirman que un difunto puede asustarse mucho en caso de toparse con un vivo, puede hasta correr el riesgo de vivir de espanto.
Entre los herederos de pueblos sedentarios y urbanos la cosa no es más simple, existe el mundo de los vivos y el de los muertos, muy bien separados uno del otro. Generalmente se pasa del primero al segundo con premio -o castigo- y no hay regreso; o, hay posibilidad de un breve retorno en fechas muy particulares (dos de noviembre, por ejemplo). Gabriela, una amiga Totonaca, ilustra lo anterior muy bien cuando me dice sorprendida que a sus muertos sólo se les permite venir una vez al año; pero a mi eso me parece más una negociación de sus espíritus primordiales con el cristianismo y las tradiciones celtas.
Comalá, el mundo de Pedro Páramo es lo que queda de la unión de estas dos cosmovisiones radicalmente distintas (la nómada: tribal afroaridoamericana por una parte, y la sedentaria: mesoamericana y europea); más aún, los habitantes de Comalá son la sombra literaria del mundo primero, el de las tribus del semideesierto norteño. Por eso suena a obra universal, porque en muchos sitios del planeta se pueden escuchar consciente o inconscientemente esa voces y esos fantasmas; se les puede comprender, conocer, o cuando menos recordar vagamente, entre sueños. No son inverosímiles.

Recuerdo muy bien la reacción de mi madre cuando empezó a leer Pedro Páramo, sólo exploró con atención la primera página y abandonó brusamente la lectura sentenciando “¡bah!, son puros chingados muertos, ¿verdá?”. Hasta donde sé nunca volvió a las páginas del libro, quizás porque dichos “muertos” le eran familiares, no le eran desconocidos. Más de una vez me ha dicho que un tío, poco después de asesinado (el primero, de tres hermanos que le han matado), le pidió aguas varias veces, que su padre la visita allá cada cuando; que de hecho se vino a la ciudad buscando a su abuelito muerto porque creía -o cree- que los difuntos simplemente se cambian de lugar. Recuerdo también una siesta en la casa de mi abuela Rosa, en Cerro Prieto, Linares; era lo más alto del verano, llegué de lejos, no se de dónde y me acosté en la cama; lentamente me invadió el sopor y dormí a intervalos. En esos intervalos escuché que alguien llegó a visitar a la abuela; creo que primero fue una señora y después otra, o llegaron las dos juntas, no sé exactamente. Quizá hasta fueran tres. Eran mayores de edad como la abuela. Estuvieron hablando de muertos que de vez en cuando las visitaban: de los parientes: hijos, padres, abuelos, hermanas. Aseguraban en sus pláticas que los muertos no se van, que viven a nuestro lado de manera sosegada, o que andan vagando y necesitan ayuda que uno debe de brindarles; alguna de ellas se quejaba de que hacía tiempo que su esposo difunto no estaba a su lado. A intervalos, cuando no dormía, fingía estarlo y escuchaba aquella plática tan lejana y cercana a la vez.

He vuelto al texto anterior cuando ya lo pensaba cerrado porque este día vimos una película llamada “Sexto sentido”; en ésta, un niño cuyos padres están divorciados es tratado por un doctor en psicología. El niño, a la mitad del filme, le revela su secreto al doctor: puede ver a los muertos, se hallan por todos lados y lo acosan como una plaga. El doctor entonces hace su diagnóstico y señala: alucinaciones, esquizofrenia, y la necesidad de tener que hospitalizar al pequeño. Poco después, buscando en sus archivos el caso de un pequeño con los mismos síntomas el psicólogo escucha una grabación que dice: “No quiero morir, no quiero morir”. Entonces vuelve a ver al cachorro y le dice que si nunca se ha puesto a pensar que esos muertos que se le manifiestan necesitan ayuda. El chico, duda, pero poco después enfrenta a una de sus apariciones, cierta adolescente que le pide un favor; a continuación, el niño va a la casa de la difunta, cumple el encargo y se siente bien. Desde entonces enfrenta las apariciones de los muertos y les ayuda a cumplir pendientes y otras promesas. Cuando terminamos de ver la película y vamos saliendo del cine le digo a Martha “es una mexicanada”; ella contesta que desde la mitad de la película pensó algo semejante: que los gringos acaban de descubrir que hay muertos viviendo junto a nosotros y que dejan cosas pendientes para los vivos. Poco después veo al Raúl, el antropófago, quien me había recomendado la película como “muy buena”; le digo “pinche película, esta bien obvia; una cosa de todos los días, Hollywood apenas la van descubriendo”. El y Gabriela se sorprenden de mis comentarios, entonces les digo que eso de los muertos viviendo junto a nosotros y de la gente que ve muertos es muy común; también lo de hacerle favores a los difuntos: “pero si eso de los muertos que andan aquí o regresan es de todos los días”. Gabriela hasta se medio asusta y dice “pues en mi pueblo nada más es una vez al año, el 2 de noviembre”.
Ya no insisto en la discusión. Me remito a lo dicho en los primeros párrafos de este texto.

1 Comments:

Blogger SOLERA said...

Los fantasmas nuestros, esos que han cambiado de forma de estar, pero ahí estan, los vientos del norte hacen que se estrellen sobre nosotros, y la neblina que nos rodea lo confirma, nos impregnan con su presencia.
No olvidare estar en la sierra veracruzana y mirar los vapores emanando de los cerros, de sus cuevas, ese paisaje sombrío que nos regala el cambio de tiempo, el cambio al lado obscuro de la tierra.
Proximamente mas cronicas sobre viajes al inframundo.

10:48 PM  

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