quinta-feira, agosto 03, 2006

Esbozo de antibiografía ideal.

Sólo sé que moriré riéndome...
Echando mentiras salen verdades.
Perdonen ustedes, pero se nos atravesó el mundo...
¡Vuela! Paurake ¡vuela! la extinción es para siempre.
No sé ni cómo me llamo ni dónde vivo ¡ni me interesa!
Sólo quisiera que el día que yo me muera me sepultaran en tierra de Nuevo León.

-Anticitas varias-


Somos de un pueblo andante y contrabandista de ideas que trae la musiquita por dentro y sufre un trastorno bipolar: nos atrae magnéticamente el Polo Norte pero nos arrastran las corrientes de los mares del Sur; descendientes de afrovascos y paurakebereberes étnicos, nietos de la primera migración y padres de la niña Altai-Kopo de nieve.
Nacimos en General Teherán, aunque nuestra patria es la galaxia entera, radicamos en el hemisferio norte de esa mujer, La Tierra, frente al vecindario del Sol, justo en la era de la explotación del hombre por el hombre y el inicio de Porto Alegre.
Nuestra vida pasa fundida con los paisajes que se nos atraviesan al vuelo y en el camino; escuchando, cantando y platicando canciones e historias de la gente de Allá Mismo, La Tierra Suya y Nuestra.
Igual vivimos en una choza Hualahuis, que en la estación espacial internacional Última Esperanza; en la cueva de la pantera estival que en una casa justo a las puertas del cielo; incluso, en submarinos nucleares de última generación y en complejos familiares de un país que tampoco ya no existe.
Somos amigos o compañeros de mucha gente en diferentes latitudes y tiempos: mujeres puma-koyote, gente lechuza, gente venado, pueblos del tambor y pueblos del mezkite, cristianos nuevos y cristianos viejos.
Hemos amado y nos han amado: curanderas afrochichimecas del Teul, nativas de la sabana colombiana, chamanas kurdobrasileiras e italoguaranís; aparte de alguna finlandesa bielo rusa que aguarda por ahí, con sus fuegos fatuos, en la tundra siberiana, junto al Don, o en los montes Urales.
Eran nuestras las montañas azules, las nubes del verano y la banda sonora del otoño-invierno; además, una que otra carretera solitaria y antena de telefonía celular, sin embargo, regalamos poco a poco ese patrimonio hasta quedarnos en la calle sólo con las pinturas rupestres de las bandas urbanas, los crepúsculos y algunas estrellas.
Tenemos pocas cosas, nada nos posee, ni siquiera el amor a la vida o el amor a la tierra que es tuya y nuestra.
Esperamos partir un día como llegamos: acompañados y en paz, con harta música, comida y griterío, porque siempre ha existido, desde el principio del tiempo, una cueva sagrada esperando por nosotros en lo alto de la Sierra Madre Oriental (o en Isla Tiburón).
That´s the story of our life.